23 de agosto de 2010

Hacer el peregrino.


¡Jodo, cómo pasa el tiempo! ¡En esta gacetilla llevamos de vacaciones desde hace casi cuatro meses!... La de acreedores que nos abrán puesto en busca y captura... Y todo porque las pasadas navidades, en la cena de empresa, en un ataque de histerismo cristiano, la redacción decidio hacer conjuntamente el Camino de Santigo durante esta primavera. Y, aunque comenzamos en Roncesvalles y todo aparentemente rodaba bien, de una iglesia románica a otra nos despistamos, cogimos mal un par de desvios y terminamos en Jerusalen, dándonos de bruces contra los muros de los santos lugares del cristianismo, pero sin rastro del santo español ni de las raciones copiosas de lacón con cachelos. En fin, problemas de orientación. Al menos, este perigrinaje nos ha servido para compilar infinidad de material que les iremos relatando en estas páginas, y para que, sin necesidad de un ERE, muchos miembros de la redacción hayan solicitado la baja voluntaria tras el viaje... Problemas de aguante.

21 de abril de 2010

Humor militar.

En un pueblo segoviano se conserva una lápida de comienzos del siglo XX en la que se indica: el nombre del difunto, militar de profesión (fallecido en acto de servicio, según ha podido averiguar nuestro reportero), su fecha de nacimiento, su fecha de defunción, y debajo de éstas, la expresión "¡Cuerpo a tierra!"
Desde esta redacción confiamos que el Día del Juicio Final este humorismo le abra al finado todas las puertas del cielo y obtenga, sin más preguntas, el "ascenso" que tal ocurrencia se merece.

1 de abril de 2010

8 de marzo de 2010

Borrachos al micrófono.

En la presentación de su última novela, El Asedio, decía Pérez-Reverte en relación a la clase política en el siglo XIX, que entonces "los políticos que formaban las Cortes eran parte de una élite cultural muy alejada del analfabetismo que profesa el gremio actualmente". Ante una afirmación como ésta uno no sabría muy bien qué pensar de no ser porque, unas páginas más allá de donde aparecen recogidas estas declaraciones, se recoge también la noticia de que Esperanza Aguirre, la patrona de la retórica chusca, ha declarado la fiesta de los toros Bien de Interés Cultural en la Comunidad de Madrid. Sino analfabetismo, como decía Pérez-Reverte, esta claro que, al menos, estulticia hay bastante.
Al hilo de este tipo de ocurrentes iniciativas, y también en relación al reciente positivo dado por Ignacio Uriarte, presidente de las Nuevas Generaciones del PP, en un control de alcoholemia (desde aquí nuestra solidaridad con todos aquellos que tienen algún tipo de vicio); sería interesante que junto al estrado y a los micrófonos que recogen la actualidad política, se situaran agentes de tráfico encargados de comprobar si el político de turno interviene borracho o no. De este modo se explicarían muchas declaraciones sin necesidad de tomarlas en consideración. Con un sencillo: "¡Está borracho!", el asunto quedaría zanjado.
Habría que tener en cuenta, eso sí, las distintas tasas de alcoholismo para cada uno de los políticos. En el caso de Cospedal, solidarios y compresivos como hemos de ser con aquellos a los que la naturaleza les ha dotado de una memez y una demagogia fuera de serie, la tasa habría que situarla un par de puntos por encima de la del resto.

13 de febrero de 2010

Los Goya y sus rutinas.

Mañana se celebrará una nueva edición de los Premios Goya. Desde la redacción de Delomalomalo..., devotos siempre de las variopintas manifestaciones que da el cine español, queremos animar a nuestros lectores a hacer sus apuestas de cara a la gala:
. ¿Qué tema de índole reinvindicativo-social será en esta ocasión el elegido por algún "comprometido" representante del séptimo arte para, a la que recoge la estatuilla o presenta un galardón, declamar una insufrible perorata al respecto?
1- El canón digital.
2- El terremoto de Haiti.
3- El asunto de la refugiada saharaui, Aminatu Haidar.
. ¿Quién será el responsable de dicha arenga?
1- Pilar Bardem o cualquiera de sus familiares (válido hasta tercera generación).
2- Alberto San Juan, con su tono de carismático impostado.
3- Alex De la Iglesia, que, desde que ostenta cargo, se siente en la obligación de pontificar desde su posición de aventajado perpetrador de bodrios cargantes.
Hagan, estimados lectores, sus apuestas. El premio para aquellos que acierten, será no recibir ninguna entrada para un estreno de cine español. Todo un detalle.

3 de febrero de 2010

La viñeta (VIII)


20 de diciembre de 2009

El carnero romántico.

Mi abuelo tenía un carnero al que ataba a un árbol para que pastase. De este modo el animal veía limitada su alimentación a la hierba que crecía en el radio que abarcaba la cuerda. Y, como todo animal, en vez de conformarse con esto, su principal afán era comer la hierba que iba más allá de lo permitido, lo cual le llevaba en ocasiones, de tanto estirar la cuerda, al ahogo. Mi abuelo, que siempre observaba la acción reflexivo, le dijo una vez:

- ¿Por qué estiras de esa manera la cuerda si la hierba que hay más allá del círculo permitido es la misma que la que está dentro de él? En cualquier caso, algunas veces será mejor; pero en otras muchas, será peor.

El carnero, con el mismo gesto filosófico, le respondió:

- Tienes razón, pero la calidad de la hierba es lo de menos. Mantenerse dentro del círculo es la actitud clásica, y yo soy un carnero romántico y mi tendencia es la de ir más allá de lo conocido y trillado.

Con las mismas, mi abuelo, que con tal razonamiento se había visto totalmente desarmado, desató al carnero y lo dejó marchar.

26 de noviembre de 2009

Patologías actorales.

Cuando un director de cine decide llevar a la pantalla la adaptación de una novela, seguramente sin pretenderlo, está generando y potenciando una de las más comunes patalogías actorales: la del actor/actriz que asegura haberse quedado "impactado" la primera vez que leyó la novela cuya adaptación cinematográfica ha terminado de protagonizar. Siempre que pueden, al hablar de la gestación del film, el actor/actriz insiste en el gran shock que le supuso la lectura de la novela que el director le propuso; es tal su énfasis que, una vez vista la mediocre película, uno siente deseos de acercarse a la novela para comprobar si tiene algo más de sustancia que lo visto en el cine.
No estamos hablando, evidentemente, del Ulises de Joyce o de Crimen y Castigo, no, estamos hablando de novelas que en el mejor de los casos tuvieron una tirada máxima de cien ejemplares y cuyos autores no aparecen ni la entrada tres millones, si es que se les busca en Google. ¿Por qué, entonces, los actores hacen este tipo de declaraciones? ¿Es que son incapaces de dejar de actuar incluso cuando no hay cámaras delante? ¿Es que leen bastante menos de lo que su estatus cultural les presupone y cualquier novela que hile un par de párrafos amenos ya les suena a música celestial? ¿O es que tienen un cerebro tan idiotizado que piensan que todo lo que pasa por su lado, espontaneamente lo revisten con su aura de una magnificencia insuperable? Pues, si esto fuese una apuesta, desde esta redacción nos jugaríamos el dinero a que hay de todo un poco. Aunque, demostrarlo, ya no es tan fácil...

31 de octubre de 2009

Pío Baroja es ansí.

Un día antes de la noche de Difuntos, a mediados de los años cincuenta, moría Pío Baroja. Son cientos las citas que podrían destacarse del escritor vasco. Por reseñar alguna, en el cincuenta y tres aniversario de su muerte, desde la redacción de De lo malo malo..., reseñamos ésta que siempre nos ha hecho especial gracia (semos ansí): "Hay algunos fisiólogos que suponen que mientras la sutura frontal del cráneo no se cierra definitivamente, el cerebro puede seguir desarrollándose y creciendo. Sin duda a X esta sutura se le cerró pronto, cosa bastante frecuente entre los generales rusos y de los demás países."

5 de octubre de 2009

Mi abuelo decía... (X)

Mi abuelo era vecino de un hombre que todas las mañanas cruzaba la carretera principal del pueblo para ir al campo a trabajar. Era aquélla, la carretera principal del pueblo, vía de un único sentido; por lo que este hombre, instintivamente, miraba siempre en la dirección en la que venía los carros y los coches, y después, cuando se aseguraba de que la vía quedaba libre, cruzaba.
Un día, de buenas a primeras, la Dirección General de Carreteras cambió el sentido de la misma y el vecino de mi abuelo, al ir esa mañana a cruzar, confiado y sereno, murió arrollado por un camión. Por esto, mi abuelo decía que la rutina, si uno no está atento, puede matar...

8 de septiembre de 2009

Verano cargante.

Con el final del verano y la llegada de septiembre, uno, con cierto alivio, piensa siempre: otro verano superado. En esta redacción somos todos más dados al recogimiento otoñal que al esparcimiento festivo y playero del verano, y cuando, llegado septiembre, las mangas largas y los anuncios escolares vuelven a nuestras vidas y echamos la vista a los meses pasados, los últimos días de junio se nos figuran infinitamente remotos.
Parece que fue ayer cuando, recién estrenados los días de sol y temperaturas extremas, nos levantamos todos con la noticia de la muerte de Michael Jackson. Un chasco para aquellos que confiasen en la duración infinita del periodo estival, ya que, si el dios del pop se alejaba un poco más del resto de los mortales, quedaba claro que sobre la tierra no habría nada ni nadie que no estuviese condenado a fenecer, verano incluido. Un fastidio para algunos y un alivio para otros.
Que todo tienda a desmoronarse es el pensamiento más optimista con el que afrontar el noventa por ciento de las noticias que aparecen en los periódicos. No han colgado el cartel de “Cerrado por vacaciones” ni los golpes de estado ni los artefactos explosivos ni otros cientos de sucesos que a los sucesores de Darwin deberían hacerles pensar si el ser humano en vez de descender del mono más probablemente desciende de alguna especie ya extinta de cerdo carroñero y reptante. Sólo pensar que no hay mal que cien años dure puede consolar a aquellos que diariamente nos fatigamos al ver y oír las acciones y declaraciones de la mayor parte de mandatarios, allegados y otros figurantes de lo noticiable. Su extinción, como la de todos, es cuestión de tiempo, un asunto de futuro, casi de ciencia ficción.
No muy lejos de dicho género, este verano nos ha dado uno de los argumentos más brillantes nunca ideados: la trama de corrupción galáctica creada por la escritora De Cospedal. Un argumento que, a falta de mejor canción del verano, ha generado un run-run que, en boca del señor Rajoy, se ha convertido en la melodía más persistente y radiada de todo el verano. En esta misma línea de asuntos de futuro están las obras de mejora del transporte público madrileño. No se ha librado tampoco este dos mil nueve de los habituales cortes y retrasos estivales, tanto en tren como en metro. Llegará un día de septiembre, en una fecha probablemente más cercana de lo que cualquiera pueda imaginar, en que, después de tantas y tantas obras de mejora, el alcalde de turno nos anunciará que en la estación de Sol se ha instalado el primer teletransportador del mundo, a disposición de todos los ciudadanos madrileños y que por un leve incremento (uno más) en el abono transporte, permitirá que todos podamos viajar encapsulados a nuestras respectivas casas en menos de un minuto…
En el apartado deportivo (o en el económico, que en este caso, lo mismo da), resulta curioso comprobar como, sin haber comenzado aún la liga de fútbol, ha quedado ésta ya resuelta a golpe de talonario. Es la estrategia del señor Florentino Pérez, que bien merece ser protagonista de alguno de esos relatos bíblicos con moraleja en los que se ataca la presunción, la soberbia, la fanfarronería, etc., etc. Veremos en qué termina su segundo episodio de delirios de grandeza. Por otro lado, las apabullantes victorias de Usain Bolt en los mundiales de atletismo han servido no sólo para poner de relieve que competición y distensión no tienen porqué correr por calles paralelas, sino también para resaltar algo que ya se sospechaba: la idiotez en grado delictivo de algunos redactores de deportes. ¿Cómo se explica sino que en Cuatro, un día después de su victoria en los 100 metros, se le ocurriera al lumbreras de turno poner a correr por una calle empedrada de Madrid a cuatro jamaicanos que se habían encontrado deambulando por ahí cinco minutos antes? Hay que ser lerdo…
En fin, el verano agoniza y prueba de ello son los últimos estertores que nos escupe sin fuerza ni consistencia en forma de estrenos pseudoculturales: la última película de Isabel Coixet, cuyo título tiene más poder narrativo que el film completo, y el último disco de Pereza, un nuevo ejercicio de presunción en el que la forma siempre se impone al fondo, y deja claro que el hábito no hace al monje. En definitiva, por mucho que el termómetro no se decida a bajar: verano superado.

16 de agosto de 2009

La viñeta (VII)


6 de julio de 2009

El día del orgullo yonqui.

El pasado domingo, sentados en un banco de la glorieta de Embajadores, dos yonquis, uno cuarentón y otro de no más de veinte años, comentaban entre incrédulos y melancólicos, lo que había sucedido en la ciudad la tarde anterior:
- Yo estaré colgado, pero si nosotros fuésemos más organizados, seguro que podríamos desfilar por todo Madrid con la pasma a nuestro lado abriéndonos paso –decía el mayor.
- Fijo. Pero es un problema de organización. ¿Desde que hora llevamos aquí, esperando al de la kunda? Si es que no hay respeto ni entre nosotros, ¿cómo nos vamos a poner de acuerdo para organizar nada?
- Se llamaría “El día del orgullo yonqui” ¿Cómo suena?
- Mazo comercial. Y de carrozas y memeces, como si fuese esto el desfile de los Reyes Magos, nada de nada –se animó el joven.
- Sí, todos metidos en nuestras kundas o subidos a las vacas, haciendo caravana y dando golpes en la chapa. Con música de rumba a to’ pasto; quien tenga equipo, claro –continuaba sin levantar la cabeza del suelo el yonqui cuarentón.
- Si acaso unos cuantos “camellos”, para que no decaiga la fiesta… Por lo de los Reyes Magos, digo.
- Habría que ver fecha…Menos en verano, cualquiera. Con todo el calor y con las chaquetas de chándal puestas, no me jodas, nos puede dar algo…
- En entretiempo, que al personal le apetece más darse un garbeo.
- Hay que cavilarlo bien –continuaba el cuarentón-. Es un tema de promoción: si se enrollan los de la Mahou y podemos repartir a to’ quisqui latas de medio litro, el personal nos apoyaría a tope.
- Eso seguro. Y de confeti nada, trozos de papel Albal. Ya estoy viendo el titular: “Madrid se llena de papel aluminio” Solidario y vistoso a la vez, como tiene que ser.
- El problema, aparte de promotores, está también en que personas influyentes tomen parte en todo esto. Y yo no tengo ni agenda… Eso es lo más complicado…
Durante unos instantes guardaron silencio.
- Aunque pensándolo bien –apuntó levemente desencantado el yonqui mayor- ¿a quién le va a interesar el espectáculo de unos tipos como nosotros que no pesamos ni cincuenta kilos y tenemos pinta de haber visto a la muerte hace un segundo?
- Mira Michael Jackson, tenía todas las entradas para sus conciertos en Londres vendidas…
- Sí, visto así…
Un rato más estuvieron esperando a que la kunda apareciese, pero finalmente desistieron y trataron de parar un taxi. En vano, porque en la glorieta de Embajadores todo el mundo sabe que los taxistas no paran ni aunque les levante la mano San Pedro. Así, sin nada mejor que hacer, se fueron en busca de Boris Izaguirre. Estaban convencidos de que el venezolano, con tal de aparecer en cualquier evento, les diría que sí si le proponían inaugurar con sus palabras el desfile.

25 de junio de 2009

Tontos al mando.

Hace un par de días, guardando cola para entrar al Museo del Prado, una de las V2 (esa subespecie de vigilantes de seguridad que hacen las veces de bedeles de la administración pública; más cafres, si cabe) que controlaban el acceso de una de sus puertas, ante las continuas preguntas de los turistas extranjeros que trataban de informarse de los accesos a la exposición temporal, se quejaba insistentemente y con una grosería casi de porcino (si bien a éstos se les puede llegar a entender), de que todo el mundo le hablase en inglés. La tiparraca, acompañaba su enfado idiomático de aspavientos a izquierda y derecha que pastoreaban sin sentido a todo aquel que llegaba a su altura. Los turistas, diligentes, no dudaban en seguir el camino que la V2 les indicaba, y ella, reafirmada en su enfado, se erguía un poco, lo que su metro cincuenta le permitía, orgullosa de poder marcarle el camino a tanto turista atolondrado.
Esta noche, caminando por una de las calles del centro de Madrid, me he topado con el rodaje de un corto (aunque, por el número de profesionales que tomaban parte en el mismo, podría pensarse que se iba a rodar la segunda parte de Ben-Hur.) Al tratar de atravesar la calle, un chico del equipo de rodaje nos ha parado a otro hombre y a mí al grito de “Vamos a ensayar una escena del corto, no podéis pasar.” A lo que el hombre que iba a mi lado, muy sensatamente, le ha respondido: “Chico, voy a cenar, que me importa más que todo esto.” El chico le ha mirado entonces con una expresión más cercana a la soberbia que al asco, como si este hombre acabase de quemar el último ejemplar de Crimen y castigo; pero no le ha puesto resistencia, únicamente le ha respondido: “Pues rápido…” A lo que el hombre, animado por la situación, ha añadido: “Pasaré rápido si me sale de los cojones.” Sin más, ha cruzado el rodaje, y yo detrás de él. Una vez que nos hemos alejado, el hombre, mirando al frente, pero sabiendo que yo le escuchaba, ha apuntado: “No me jodas, si por lo menos hiciesen algo que mereciese la pena, me paraba, pero las mierdas que hacen estos memos no pueden llamarse cine. Y, menos, querer que nos paremos a verlas…”
Moraleja: en el Paseo de las Delicias, todas las mañanas, hay un hombre con un retraso cerebral manifiesto que se dedica desde la acera a dirigir, silbato en mano, el tráfico rodado. Los automovilistas y transeúntes, acostumbrados a su presencia, se lo toman a guasa y suelen soltarle algún que otro chascarrillo más o menos amable. Si del mismo modo, a los tontos encubiertos, se les distinguiera con tanta facilidad, nadie se tomaría muy en serio las indicaciones que una V2 o un aspirante a Tarantino pudieran darnos en medio de la vía pública.

27 de mayo de 2009

Nota de la redacción.

Estimados lectores, lamentamos informarles que nuestro efectivo equipo de reporteros, casualmente ha descubierto que el autor del que se presentaba como apasionante relato, Las andanzas de un matón venido a más, don Gerardo López-Mosquete, es también el autor de los editoriales que diariamente el presentador de Diario de la noche, en la que se imagina cadena pública, Telemadrid, al comienzo del programa, declama con un pesar y una torpeza que hacen sonrojarse a cualquiera al que no se le haya secado el riego cerebral. Por motivos obvios nos vemos obligados a suspender temporalmente la publicación mensual del coleccionable, a la espera de que una pronta lobotomía pueda devolver la sensatez y el juicio al, por otro lado, querido amigo, don Gerardo López-Mosquete.
En cualquier caso, dicha falta será reemplazada por nuevos y apasionantes contenidos que, esperamos, hagan las delicias de todos ustedes.

15 de abril de 2009

El coleccionable: "LAS ANDANZAS DE UN MATÓN VENIDO A MÁS" (1ª entrega.)

Amanecía un día de finales de marzo, tibio y despejado. El sol, que durante semanas había sido relegado por una incesante sucesión de sucios nubarrones, brillaba hoy, tímido y desconfiado. Muchos peatones, desconcertados por esta inesperada tregua, caminaban de igual modo, prevenidos e incrédulos, pero a la vez felices de que sus pasos no tuviesen que buscar esta mañana también la protección de alguna cornisa.
Uno de ellos, un tipo alto y pulcro, lo hacía a paso ligero, llevando consigo un paraguas plegado. “No debería haber cogido el paraguas hoy”, pensaba. “No tiene pinta de que vaya a llover”. Llegó a la esquina de San Bernardo con Gran Vía y giró hacia la derecha.
Cuando unos años atrás una conocida cadena hotelera se hizo con el centenario y ruinoso Hotel de San Luís, hubo algunos que, ante su inminente demolición y reforma, se manifestaron en contra de que del antiguo edificio de comienzos del XX sólo se hubiese decidido conservar en pie su fachada. El Ayuntamiento, al que principalmente se culpó de semejante torpeza, justificó dicha intervención con un par de precipitados informes, que insistían en el alarmante estado de ruina del inmueble y en la pronta demolición como solución más conveniente.
Durante esos meses de vaciado y reconstrucción, la fachada permaneció cubierta por inmensas lonas sobre las que se fueron publicitando decenas de estrenos cinematográficos. A nuestro hombre del paraguas plegado, dicha polémica le pasó completamente desapercibida, pero no así los cartelones publicitarios que cubrieron la fachada. Finalmente nunca se decidió a ver ninguna de las películas que allí se publicitaron, pero, aún así, estar al tanto de la cartelera, por si acaso alguna tarde optaba por ir al cine, durante esos meses, hizo que se sintiese en armonía con la oferta cultural de la ciudad.
Se detuvo antes de cruzar de acera y observó decididamente la fachada del hotel. Restaurada, monumental y fulgurante, se le hacía menos interesante que cubierta por los inmensos cartelones. Vista una vez ya no tendría porqué levantar la vista cada vez que pasase delante suya, pensó.
Entró en la cafetería del Hotel de San Luís por el acceso que se abre a Gran Vía, justo al lado de la puerta principal que conduce a la suntuosa recepción. A esa hora de la mañana, la cafetería apenas tenía tránsito. “Será que el desayuno a los huéspedes se sirve en otra sala”, pensó. “O que estos turistas europeos desayunan todos antes de las siete de la mañana…”.
Junto a los ventanales, en fingido desorden, cómodos butacones de fieltro color caramelo se arremolinaban entorno a una decena de mesas bajas. Al fondo, una escueta barra de perímetro ondulado, atendida por un camarero uniformado, presidía el espacio. Apoyado levemente en uno de sus taburetes, un hombre bien vestido, desplegaba ante sí un diario de información económica. El recién llegado supo nada más reparar en él, que aquel hombre era sin duda el desconocido con el que se había citado allí. En su llamada telefónica, el viernes anterior, un hombre que se había identificado como Ignacio Lafuente, le había insistido, no podía darle por teléfono muchas explicaciones: tenía un asunto que proponerle, conocía a Saldaña y, por discreción, prefería que no refiriese su llamada a nadie. El lunes, cuando se encontrasen en la cafetería del Hotel de San Luís, aseguró, le facilitaría todos los detalles.

12 de abril de 2009

Nota de la redacción.

Tras el éxito cosechado por la primera temporada del sainete de don Avelino Coll de la Mata, Las papeletas de la rifa, cuya continuación, tras las cuatro primeras exitosas entregas y ante el clamor de nuestros fieles lectores, verá la luz en meses venideros; desde la redacción de De lo malo malo... tenemos el placer de anunciarles que el próximo 15 de abril saldrá, también con una frecuencia mensual, el coleccionable, Las andanzas de un matón venido a más, un apasionante relato de intriga con el que nos premia el conocido novelista don Gerardo López-Mosquete, y que esperamos sea de su interés y agrado.

3 de abril de 2009

Mi abuelo decía... (IX)

Mi abuelo decía que se sentía feliz trabajando de sol a sol, ya que al llegar la noche, más que darle vueltas a preocupaciones e inquietudes, estaba tan molido que no podía pensar en otra cosa que en descansar. Estas reflexiones que aquí se transcriben son prueba de ello: todas son fruto de sus desvelos en las noches de domingo...

15 de marzo de 2009

La viñeta (VI)




4 de marzo de 2009

Devoción fotográfica.

Un devoto lector nos ha remitido una fotografía tomada en el mismo lugar donde el ilustre fundador de nuestra feliz gacetilla tomó aquélla que sirve de cabecera para la misma. Desde aquí nuestros más sinceros agradecimientos y el firme compromiso de, si en el futuro ofrecemos alguna promoción para la que haya que juntar decenas de cupones, evitarle semejante engorro y obsequiarle con el electrodoméstico de turno sin necesidad de juntar ni tan siquiera uno.
(Confiamos sinceramente también que nuestro devoto lector no pertenezca a esa plaga que actualmente invade las grandes urbes: jóvenes con inquietudes artísticas no canalizadas, que adquieren una potente cámara fotográfica -si es de segunda mano, mejor que mejor- y se echan a rodar por las calles en busca del recurrente detalle fragmentario y casual, pensando que dar a un botón equivale a haber pintado la Capilla Sixtina. Ya que, si es así, habría de juntar no sólo los cupones requeridos, sino cien más.)

17 de febrero de 2009

El Sainete: "LAS PAPELETAS DE LA RIFA" (Escena III.) (Segunda parte.)

Recordarán, queridos lectores, que en la primera parte de la Escena III de Las papeletas de la rifa dejábamos a punto de salir huyendo de escena a Ponce, presumible perdedor del duelo apenas iniciado con uno de los hermanos de la Vicenta. En ese momento, hace su aparición Catalina, origen de dicha disputa...
____________________________________________
CATALINA: ¡Alto todos! (Dirigiéndose a sus primos.) Cuadrilla de matones beodos.

HERMANO 1: ¡Catalina, ese bribón que a la Vicenta afrentó, de mi florete certero, huía!

CATALINA: ¡Calla, bodoque! Aparta de aquí, que a este caballero no existe florete que su prestancia toque.

HERMANO 2: El muy cobarde como una gallina en estampida corría…

VALENTÍN: (Recobrando la compostura.) No es cierto, ese es un insulto. Si corriendo me vieron, es por tratar de coger más impulso…

TESTIGO 1: ¿Puede señorita explicarnos aquí qué sucede?

CATALINA: Nada de importancia, caballeros, un tonto malentendido, (dirigiéndose a sus primos) que estos dos cabeza de membrillo han urdido.

TESTIGO 1: ¿Se anula, por tanto, el duelo?

VALENTÍN: (Envalentonado.) Será el único modo de que ese cretino no pegue con su cabeza en el suelo…

(Los dos HERMANOS tratan de agredir a VALENTÍN, pero son retenidos por los TESTIGOS y PONCE.)

TESTIGO 1: (Retirando los floretes a los duelistas.) ¡Tranquilidad, señores! Si esta señorita, parte implicada, así lo solicita, el duelo se anula de momento. Ahora, póngase ustedes de acuerdo para ver cuál de los dos nos paga a nosotros de este madrugón los pertinentes emolumentos…

PONCE: Por ese punto, caballeros, no se preocupen… Nuestra cartera no es de fuertes cerraduras.

TESTIGO 1: Si es así, por favor, háganos llegar sin IVA la factura…

PONCE: Así se hará.

TESTIGO 1: (Dirigiéndose a los dos HERMANOS) Ahora, si ustedes nos pueden acompañar…

(Resignados, los dos HERMANOS salen de escena junto a los TESTIGOS.)

PONCE: Valentín, querido amigo, de buena te has librado…

VALENTÍN: No subestimes mi gallardía, Ponce. Si golpes se hubiesen repartido, ese rufián se hubiese llevado más de once…

CATALINA: No es necesario, Valentín, que fanfarronee ante mí… Yo soy una pacifista, del siglo diecinueve, la primera “jipí”.

PONCE: Mejor será que nosotros también nos retiremos. Amenaza tormenta…

VALENTÍN: Vamos, pues, cerca de la Puerta de San Vicente, donde conozco jugosa venta.

(Salen los tres.)
Y, colorín colorado...

15 de enero de 2009

Nota de la Redacción.

Desde hace un par de semanas la redacción de De lo malo malo... viene observando que en los comentarios a sus entradas han tomado parte voces totalmente ajenas al grato público que habitualmente nos sigue, para publicitar, empleando enunciados automáticos y recurrentes, productos de moda y otras baratijas de baja estofa. Desde esta humilde redacción, ante la pereza que nos produce tener que suprimir uno por uno todos los comentarios no deseados, conminamos al causante de tan abstracto virus a que se aprovisione de unas cuantos botes de vaselina para que, mejor que saturarnos con sus memeces, se meta por el orificio anal (u "ojete") todos los bolsos y joyas que publicita. Gracias.
En otro orden de cosas, aprovechamos desde la redacción de De lo malo malo... para agradecer a nuestro fiel público la calurosa acogida que ha dispensado al sainetillo de don Avelino Coll de la Mata, Las papeletas de la rifa, y anticiparles que el próximo 17 de febrero será publicada la cuarta y última entrega de tan apasionante relato.

4 de enero de 2009

Mi abuelo decía... (VIII)


Mi abuelo decía que aquellos que pensaban que los fines de semana se habían hecho para divertirse, semanalmente perdían cinco oportunidades de pasarlo bien.
Así que, tengan ustedes en cuenta las palabras de mi abuelo y, para este 2009, no desperdicien la oportunidad de pasarlo bien todos los días.

21 de diciembre de 2008

La máquina de calibrar.

Un amable lector, imbuido, como él mismo nos asegura en una carta adjunta, por el carácter filantrópico de las fechas que se avecinan y el tono inquieto de nuestra amable gacetilla, ha hecho llegar hasta la redacción de De lo malo malo… un curioso y revelador artefacto para nuestro libre uso y disfrute: la máquina de calibrar. Este aparato tiene una apariencia cercana a la de las máquinas que en las casetas de feria ponen a prueba la fuerza de aquellos que, por una moneda y ayudados de una maza de plástico, golpean en la base de la máquina, para que un indicador, a modo de termómetro, les mida la contundencia del mazazo. La máquina de calibrar no presenta, claro, ni mazo de plástico ni punto en la base al que mamporrear, pero sí tiene un pequeño teclado y una pequeña pantallita en la que se pueden escribir frases o expresiones, que, gracias al termómetro adjunto, son calibradas dentro del amplio espectro de la estupidez retórica.
Un poco escépticos con el invento, antes que dejarlo apartado en algún rincón de nuestra redacción, hemos querido probarlo con la primera frase que ha caído en nuestras manos. Ha sido ésta, de un conocido crítico de arte: “Lo que hace de un artista un artista de verdad no es nunca lo que ha hecho, sino lo que le queda aún por hacer.”
Nada más pulsar el botón del calibrado, el termómetro casi nos revienta en las narices y los plomos de todo el edificio han saltado. Hemos pensado: o bien este aparato no carbura, o bien la frase es de una estupidez alarmante… Ha pasado el rato y analizándola detenidamente estamos convencidos de que la máquina funciona correctamente y la frase, envasada al vacío, coincide que es una de las infinitas muestras que genera la incansable retórica artística, de sonoridad rimbombante pero de sentido y contenido hueco. Si no, cómo se explica que a estas alturas la humanidad siga venerando a Fidias, Rafael, Velázquez, etc. como a los más grandes artistas de todos los tiempos si hace siglos que, como Michael Jackson, no sacan obra nueva. Ésta claro que el crítico en cuestión, o quizá el becario que le escribe/trascribe los textos, tan sólo ha buscado epatar con una reflexión brillante y paradójica, sin tener en cuenta que la máquina de calibrar es capaz de poner en evidencia la más mínima muestra de estupidez retórica, que en este caso es mucha.
Gracias a nuestro amable lector por el regalo, al que confiamos seguir sacándole partido en las próximas semanas.

3 de diciembre de 2008

El Sainete: "LAS PAPELETAS DE LA RIFA" (Escena III.) (Primera parte.)

Amanecer. Paraje de la Casa de Campo. A la izquierda de la escena, están PONCE y VALENTÍN. A la derecha, los tres HERMANOS de la VICENTA, con aspecto de rudos pendencieros, en actitud expectante. Y, en el centro, dos TESTIGOS, que conversan entre sí.

VALENTÍN: (Nervioso y atribulado.) Ponce, amigo, la primera duda que me asola: ¿el duelo será a espada o a pistola?

PONCE: A espada, siempre a espada.

VALENTÍN: ¿Y si la mía no está cargada?

PONCE: Valentín, amigo, deliras. Si se saben manejar, todas las espadas están cargadas.

VALENTÍN: En poco más de cinco minutos la del hermano de la Vicenta, de mi sangre, seguro, embotada. ¿Y si por innovar que use él la espada y hago yo lo propio con la pistola?...

PONCE: No procede. Ese es duelo desigual.

VALENTÍN: Desigual es que semejante rufián dé muerte a tan presto galán. ¿No están estos duelos categorizados? ¿En qué hipódromo se ha visto que un burro se mida con el más gentil de los caballos?

TESTIGO 1: (Dirigiéndose a ambos lados del escenario.) Caballeros, acudan a este punto.

VALENTÍN: (Para sí.) ¿Y si a este juez yo le unto?

PONCE empuja a VALENTÍN al centro del escenario, donde también acude el HERMANO 1.

HERMANO 1: (A VALENTÍN. Amenazante) Mequetrefe, mi prima es un manjar que tus hocicos no van a catar.

TESTIGO 1: Caballero, guarde silencio. Imagino que conocen bien la reglas de este disputar…

(El TESTIGO 1 les ofrece a los duelistas dos floretes que, a su vez le ha facilitado a él el TESTIGO 2. El HERMANO 1 escoge primero, decidido. VALENTÍN, en cambio, tembloroso, coge el que queda.)

TESTIGO 1: Ya saben: espalda con espalda. A la que yo vaya contando, cada uno, diez pasos anda.

(Los duelistas se colocan espalda con espalda. El TESTIGO 1 se aparta unos pasos, quedando en el eje de ambos.)

TESTIGO 1: ¡Uno!

(Según el TESTIGO 1 vaya enumerando, irán los duelistas avanzando.)

VALENTÍN: (Para sí. Sacando fuerzas de flaqueza.) ¡Por don Miguel de Unamuno!

TESTIGO 1: ¡Dos!

VALENTÍN: ¡Por don Benito Pérez Galdós!

TESTIGO 1: Caballero, callarse es su deber. ¡Tres!... ¡Cuatro!...

VALENTÍN: El microscopio: ¡menudo aparato!

TESTIGO 1: ¡Cinco!... ¡Seis!...

VALENTÍN: Ya no me véis…

(En ese momento, VALENTÍN arranca a correr, pero, antes de salir de escena, se topa con CATALINA, una bella mujer, que aparece repentinamente.)

CATALINA: ¡Alto todos! (Dirigiéndose a sus primos.) Cuadrilla de matones beodos...

23 de noviembre de 2008

Nota de la Redacción.

Desde la redacción de De lo malo malo... queremos comunicarles que por un inoportuno resfriado de nuestro ilustre dramaturgo D. Avelino Coll de la Mata, la tercera entrega del apasionante sainetillo Las papeletas de la rifa, verá la luz, como los ingresos de nómina, a comienzos de mes, el próximo 3 de diciembre.
Disculpen el retraso y no duden de que la espera merecerá la pena.

16 de noviembre de 2008

Mi abuelo decía... (VII)

Mi abuelo decía que era mejor no comer que hacerlo sin apetito, que cuidásemos nuestro apetito como nuestros amores.
Eso explicaría que, además de que cada vez que utilizaba el horno se le fuese el santo al cielo, mi abuela estuviese de él más que quemada.

23 de octubre de 2008

El Sainete: "LAS PAPELETAS DE LA RIFA" (Escena II.)

Casa de PONCE. Aposento bien amueblado. Dentro del mobiliario destaca, a la derecha, un billar español.

VALENTÍN, con la misma ropa con la que le vimos en la escena anterior, deambula por la sala. Sin saber muy bien en qué dar, se acerca al billar y trata de hacer unas carambolas. Por la puerta de la izquierda aparece PONCE. VALENTÍN deja el taco y se acerca a él nervioso.

PONCE: Es cierto lo que nos temíamos, Valentín: con mi casa ha dado el muy malandrín.

VALENTÍN: (Desesperado.) Si uno de los hermanos de la Vicenta mi escondite ha encontrado, no hay duda de que el resto vendrá en tropel a hacer que mi cabeza se remate con un buen vendado.

(PONCE medita. VALENTÍN se deja caer en un butacón, resignado.)

PONCE: ¿Y si arreglase con ellos al amanecer el protocolario duelo? ¿Aguantarías, mi buen amigo, más de tres segundos sin irte de bruces al suelo?

VALENTÍN: Ponce, sabes que soy un pésimo duelista. Mis manos están hechas para el piano, no para apretar gatillos ni desempeñar trabajos rudos y mundanos.

PONCE: Pues espabilar debieras… ¡Valentín, Valentín, mejor hubiese sido que la puntería hubieses ejercitado y no tantas partituras de “Chopín”!... Piensa en Catalina, si de ésta sales victorioso, mucha ha de ser la estima que en ella deje poso.

VALENTÍN: (Esperanzado.) ¿Aunque acabase mandando al otro mundo a uno de sus primos?

PONCE: Seguro. Diría: “A este caballero donoso, yo me arrimo”.

VALENTÍN: ¿Tú crees?

PONCE: No me cabe duda. El amor de una mujer de quien más arrojo muestra es.

VALENTÍN: No sé, no sé… No me veo capaz… Una vez que nuestras espaldas se separen diez pasos: gatillazo que me arrean y… ¡Zas!

(Voces atribuladas se escuchan provenientes de un aposento cercano. Entra el CRIADO de PONCE, visiblemente nervioso, cerrando la puerta al entrar.)

CRIADO: ¡Amo, amo, un grupo de tres caballeros exigen verle de inmediato en el rellano!

PONCE: ¿Te han dicho de qué se trata?

CRIADO: Apenas les he entendido nada, sólo que al señorito Valentín tienen intención de machacarle como a una rata…

(PONCE interroga con la mirada a VALENTÍN, que se levanta del butacón.)

VALENTÍN: (Resignado.) Si duelo ha de ser, que así sea. Estas calamidades, debí sospecharlo, suceden cuando en el camino hacia una guapa se interpone una fea…

PONCE: Bajaré a decirles que mañana quedamos citamos cuando abra el día. Que de los tres que son escojan para el duelo a uno. Nos veremos en la Casa de Campo, a la hora en que más que balas, cruasanes apetecen como desayuno.

VALENTÍN: Bien me parece.

(PONCE y su CRIADO se disponen a salir.)

VALENTÍN: ¿Os acompaño?

CRIADO: Mejor será, caballero, que, si sabe, a rezar empiece.

17 de octubre de 2008

La viñeta (V)


23 de septiembre de 2008

El Sainete: "LAS PAPELETAS DE LA RIFA" (Escena I.)

Un café. Frente al público, ocupando casi todo el escenario, las mesas del café. A la izquierda del espectador, la barra. La acción transcurre en el Madrid de finales del XIX.

VALENTÍN y PONCE, dos jóvenes bien parecidos, aparecen sentados en una de las mesas. En el café sólo se encuentran un par de CLIENTES más y, tras la barra, el CAMARERO.

(Léase / interprétese como si de un escrito en verso se tratase.)

VALENTÍN: Querido Ponce, de suma gravedad es el suceso del que necesito hablarte. Atribulado estoy y, siendo tú como eres mi más fiel amigo, de semejante confusión quisiera fueses parte...

PONCE: Habla pues, que desde la mañana me tienes en vilo. Incómodo me hallo, desorientado e impaciente, como corderito tierno a orillas del Nilo.

VALENTÍN: ¿Conoces a la Vicenta?

PONCE: ¡Cómo no! La fea pechugona, que a nosotros, los mozos de buen gusto, por su aliento ahuyenta.

VALENTÍN: ¡La misma! Grosera, bruta y chabacana. De una recua de bandoleros y matones hermana.

PONCE: Conózcoles bien también a ellos. En muchas se han visto metidos, apurándole con navaja a más de uno el cuello. No son gentes de buena calaña. (Levantando el brazo, dirigiéndose al camarero.) ¡Camarero, por favor: dos cañas!

VALENTÍN: Como bien sabes, anduve la semana pasada dando una vuelta por la verbena. Olisqueando y tanteando, en busca de una joven lozana que mereciese la pena. Toda la tarde estuve, más no vi que generalas, flacas y memas. Busca que te busca, y nada: ¡ni una sola tía buena! Hacia mi morada me encaminaba cuando, de repente, en la esquina de Mayor con San Miguel, me topo con la figura más angelical que jamás hubiese podido imaginar mente. Gesto dulce, suave silueta y no más de veinte. La chisto y me mira, pero, a su lado: ¡Oh, demonios, la vampira!

PONCE: ¿Tan dulce manjar al lado de la Vicenta estaba?...

VALENTÍN: Y no sólo eso, sino que nada más tratar de acercarme a ella, me dice que es su prima, la muy tonta de baba.

PONCE: Pues entonces es éste caso claro, Valentín, al ángel del que tú me hablas no le encontrarás alas ni conoce querubín. Si es prima de la Vicenta, ambas tienen por genética la misma raíz. Brutas y ramplonas las dos han de ser, ya lo dice sin duda ese sabio inglés al que llaman “Dargüín”.

VALENTÍN: Me niego Ponce, con ella he hablado y jamás mayor goce de la cándida belleza he hallado.

PONCE: Entonces, ¿cuál es el problema? ¿Tan embobado te tiene su belleza que para pegar la hebra no encuentras tema?

(El CAMARERO les sirve un par de cervezas.)

VALENTÍN: No es eso. El problema es la Vicenta, que ni a sol ni a sombra se aparta de nosotros. A su prima, que Catalina tiene por nombre, parece no molestarle, pero, si por mí fuera, ya le he dicho, lejos la pondría, bien sellada y sin destino en un sobre. Y aquí viene el suceso: las veces que con nosotros anda, un recado tras otro mi ingenio le manda. Pero, date, que ayer le encomiendo por unos helados y billete usado en la zarpa le dejo dado. Resulta que llega al tenderete y pide tres cucuruchos de fresa. El heladero echa un vistazo al billete y le dice que no es verdadero. Ella se atribula y por la boca comienza a soltarle coces como parca mula. Llega al instante la Autoridad: “¡Todos a callar!”. El billete inspeccionan y sin dudas ni titubeos resuelven que la Vicenta es una ladrona. Presa la conducen a comandancia. Catalina tras ella y yo en estampida, cual conductor de ambulancia. Y desde entonces nada sé, sólo que en la esquina de mi casa, noche y día, a uno de los hermanos de la Vicenta apostado se ve. ¿Qué he de hacer, querido Ponce? Más me valiera convertirme en piedra de la misma manera que en Sigüenza se encuentra el “Dóncel”...

PONCE: ¡Fatal suerte, Valentín! Pero, ¿cómo es posible? Tú que eres persona cabal, perder de este modo el magín.

VALENTÍN: No era consciente, créeme, de la falsedad del billete. Tu bien sabes que ninguna necesidad tengo de jugarme el pellejo en tan indecoroso brete. No sé dónde esconderme, mi entendimiento solución no haya...

PONCE: De momento, y por lo pronto, mejor será que a mi casa vayas. O “vengas”, como mejor a la rima convenga...

VALENTÍN: Más no quisiera yo causarte problemas. Los hermanos de la Vicenta son tercos y temerarios y no se andan con pamemas.

PONCE: Por un par de días nadie sospecharlo debiera. Duermes en uno de los cuartos del sotobanco, y en cuanto la situación se aclare y sepamos que el cielo abre, hablamos con esa gente de mal agüero para que de una pedrada no te descalabre.

VALENTÍN: Muy confiado en el diálogo te veo, querido Ponce. Dudo que el entendimiento imponga su mano en esta tesitura, que no son afamados los hermanos de la Vicenta por ningún acto de clemencia ni misericordia de cura.

PONCE: Es lo que nos queda, amigo Valentín. Apura esa cerveza y busquemos el atajo hasta mi casa por calles oscuras. Mañana, al alba, enviaré a uno de mis criados por noticias a la tuya.

VALENTÍN: Si crees que así proceder debo, en tus manos me pongo y, sin dilatarnos, el trago de cebada me bebo.

(Apuran su cerveza y salen.)

9 de septiembre de 2008

Mi abuelo decía... (VI)

Mi abuelo decía que la vida es de los que arriesgan y de los que madrugan. Yo, tratando de aunar en una sola acción este consejo, desde que volví de vacaciones, he decidido levantarme para ir a trabajar sin utilizar el despertador. Y la vida, de momento, no es que me vaya mucho mejor; lo único que me he ganado, eso sí, han sido unos cuantos apercibimientos por fichar tarde.

26 de agosto de 2008

Poner el cazo.


En un disco de hace un par de décadas, en la funda de papel que protege al vinilo, aparece el mensaje que puede verse en la fotografía. El mismo es prueba de que, a pesar de que aquellos fuesen tiempos de walkmans y de ordenadores Spectrum y estos de iPods y aparatos informáticos de ciencia ficción, el utensilio que permanece siempre vigente es el cazo. Y ponerlo para arramplar la mayor cantidad de beneficios posibles, una práctica imperecedera en el mundo de la cultura.

11 de agosto de 2008

Palabra de actriz.

En una entrevista reciente, Maribel Verdú decía de Un dios salvaje, la obra de teatro que está a punto de empezar a ensayar, que había asistido a una representación de la misma en París y que, aunque no tenía ni idea de francés, había salido del teatro muy emocionada. Era una afirmación desconcertante, o al menos, cuando terminé de leer la entrevista, eso me pareció; pero, viniendo de Maribel Verdú, a quién admiro desde que trabajaba como becaria en aquel estanco vallecano, pensé: “Quizá sea ese el secreto para apreciar historias que en castellano nos parecen una auténtica bazofia, escucharlas o leerlas en un idioma que desconocemos.”
Así, y en agradecimiento a las palabras de la actriz, lo primero que hice fue tratar de recuperar alguna película española que había visto anteriormente y que, a no ser bajo coacción, nunca hubiese vuelto a revisitar. Bajé al videoclub y alquilé Bienvenido a casa, de David Trueba. Cuando hace unos años se estrenó, cometí el error de pagar una entrada de cine por semejante patata que, con tanto despropósito de retórica reflexiva presuntamente brillante y reveladora, invitaba a voces a pedir la hoja de reclamaciones a la salida.
Me armé de resignación, un poco temeroso de que las palabras de la Verdú no resultasen con el que me había parecido un auténtico adefesio del celuloide, y comencé a verla subtitulada en alemán. Y sí, he de reconocerlo, esta vez Bienvenido a casa me pareció un auténtico peliculón. Los diálogos, que en castellano me habían parecido artificiosos y huecos, en alemán, sonaban a verso del mejor de los poetas; el tono de los actores, fuera de la afectación inverosímil de la que hacen gala en las decenas de series españolas que protagonizan, resultaba contundente y sincero; la historia, cuyo hilo argumental, la primera vez que la había visto, me había parecido aburrido y previsible, en esta ocasión me atrapó con su trama… La película, como muy sabiamente orientaba Maribel Verdú, me emocionó.
Un día después alquilé Princesas, una película que tras el primer visionado me empalagó con sus pretensiones sociales y sus diálogos de ciencia ficción. Y, nuevamente, hube de retractarme. Esta vez, en rumano, cada una de las palabras que salían de la boca de las prostitutas protagonistas, sonaban a verdad innegable de oráculo. Y, la trama, un derroche de sabiduría y construcción…
Y, así, he continuado con esta labor de recuperación de toda la filmografía española que había menospreciado y querido olvidar sin que aún haya visto una película aburrida y vergonzante, incluso esos estrenos de directores jóvenes que estiran noventa minutos una ocurrencia que no da ni para un corto, viéndolas en otros idiomas, me parecen geniales.
Ando ahora detrás de algún canal internacional que dé programas televisivos patrios como el de Pablo Motos, a ver si es posible que en checo, por ejemplo, ese tipo consiga hacerme reír. O la serie que protagoniza Dani Martín, que sería perfecto encontrarla subtitulada en mongol, para que así la expresión facial del protagonista fuese más concordante con el idioma, y consiguiese que como actor resultase menos penoso que como cantante.

17 de julio de 2008

Chillida y las naturalezas muertas.

Muchos especialistas y aficionados a la escultura contemporánea han tachado en repetidas ocasiones la obra de Eduardo Chillida de seca, monótona y deshumanizada. La redacción de De lo malo malo... ha logrado, en exclusiva, una imagen que viene a poner de manifiesto que la obra de Chillida no es, como sus detractores insisten, una auténtica castaña; sino... una auténtica manzana.

1 de julio de 2008

El periódico de ayer (o inverosímiles titulares periodísticos que, por mucho que pase el tiempo, no pierden ni pizca de gracia.)

“El Reina Sofía extravía una escultura de 38 toneladas del estadounidense Richard Serra” (Titular aparecido en el diario El País el 18 de enero de 2006, dos años y medio antes de que la selección española ganase la Eurocopa de fútbol.)

Podría pensarse que un titular como éste tampoco es tan sorprendente si resulta que la obra en cuestión es uno de esos armatostes que ha generado la escultura moderna, articulada sobre cuatro inmensas ruedas de acero, móvil e imponente como el Caballo de Troya; si es que ésta fue depositada en un explanada junto al museo, y si es que la explanada en cuestión se encuentra en pendiente. Si se dan estos condicionantes, quizá pudiera creerse que la explicación al extravío es bien sencilla: por un descuido, a los operarios que sujetan la escultura se les escapan las amarras, y aquélla, animada por lo pronunciado de la pendiente, echa a rodar calle abajo. Cruza el río Manzanares, los barrios periféricos de la capital, Toledo, Despeñaperros... Pero no. Ni la escultura es móvil, ni junto al Museo Reina Sofía hay ninguna pendiente pronunciada. Aún así, seguro que la Brigada de Delitos contra Cachivaches Escultóricos, por si acaso, y aunque en el artículo no se cite nada al respecto, ha rastreado toda la zona sur del país en busca de testimonios que descarten definitivamente esta hipótesis. Seguro que en más de una gasolinera castellana se han detenido y han interrogado al encargado de la misma, preguntándole algo así como: “¿Recuerda usted haber visto pasar por aquí una mole con forma de escultura, de unas 38 toneladas de peso?” Y el hombre, que no sabe si sus interlocutores le están tomando el pelo o simplemente son idiotas, responde: “No, ¿qué sucede? ¿Es que no tiene carné?”. A lo que a su vez los de la Brigada le dicen: “No, no es eso. Simplemente es que hay una ley que no permite circular a las esculturas, especialmente a las modernas, a más de ciento cincuenta kilómetros por hora.”
El autor de la escultura, dice el artículo, disculpa a la dirección del museo del extravío y no duda del esfuerzo que se está llevando a cabo para dar con su paradero. Esta actitud tan comprensiva, la verdad, resulta un poco sospechosa. Sobre todo, a un nivel artístico. Si a Goya le dicen (después de haberle dado un par de voces, claro) que le han extraviado una de sus pinturas de tres por tres, lo del duelo a garrotazos queda en un simple juego de niños. O si a James Joyce su editor le dice que el manuscrito que le había pasado, titulado Ulises, lo dejó olvidado en la barra de un bar, el escritor irlandés sería conocido hoy no por su valía literaria sino por su capacidad para desmontar a un hombre hueso a hueso. Debe ser que al escultor moderno, como a tantos otros artistas de su tiempo, crear una obra como la que se ha perdido le supone lo mismo que preparar un plato de espaguetis. Cuarto de hora, no más.
Los operarios que manipulaban la escultura no saben tampoco cómo explicar el extravío. Dos de ellos, los encargados de su desembalaje, dicen que dejaron la escultura en el patio del museo, se marcharon a tomar un café y al volver ya no estaba. Este testimonio parece concordar con el dado por la señorita que aquella mañana ocupaba la taquilla del museo. La misma dice que, entre japonés y japonés, creyó ver como un voluminoso bulto salía por uno pasillos laterales del vestíbulo principal. No le dio más importancia, dice el artículo, ya que pensó que se trataba de una visitante ataviada con un vestido de Ágata Ruiz de la Prada, y continuó expidiendo entradas como si tal cosa.
Los guardias de seguridad que en aquel momento controlaban el acceso al edificio, tampoco han podido aportar ningún dato significativo. La mitad de ellos dormitaban en sus asientos y la otra mitad se entretenía viendo el contenido de los bolsos de los visitantes a través del escáner, en busca de un despertador con el que poder espabilar a sus compañeros y tomarles el relevo.
Por el contrario, un parroquiano de un bar cercano al museo, jura que la escultura de Richard Serra entró en dicho bar y se sentó en un taburete a su lado. Incluso que pidió un bocadillo de calamares y que, además, probó suerte en la máquina tragaperras. El dueño del bar no supo desmentir a su cliente y se limitó a apuntar que, sentarse en un taburete, bien podría haberlo hecho, ya que los taburetes de su negocio, dice, son de primerísima calidad y muy resistentes; pero que, es tanta la gente que entra en su bar al cabo del día, y además tan variopinta, que nunca hubiese reparado en una escultura moderna por muchas 38 toneladas que pesase.
Hasta que se resuelva el caso, y una vez que se ha descartado ya la posibilidad del robo de la escultura a manos de carteristas, siendo lo más factible, indicaba el inspector encargado del caso, que la escultura se haya fugado por propia iniciativa y sin que se conozcan aún sus aviesas intenciones; dice el artículo, que la autoridad competente ha tomado una serie de medidas ya que se teme que la obra en cuestión quiera suplantar la identidad de otras esculturas significativas de la ciudad. Conjuntos como el de Cibeles y Neptuno permanecerán acordonados por las fuerzas de seguridad día y noche. Siendo asesoradas éstas por eruditos historiadores del arte que habrán de observar de continuo si las esculturas que habitualmente podemos contemplar en nuestras calles no son suplantadas por la escultura prófuga.

15 de junio de 2008

Mi abuelo decía... (V)

Mi abuelo decía que vive más no quien más años cumple, sino quien antes consigue hacerlo sin necesidad de trabajar.

25 de mayo de 2008

La viñeta (IV)


12 de mayo de 2008

El futuro está en el Heavy.

Admiradores como somos de las múltiples manifestaciones artísticas del siglo XIX, no podíamos dejar pasar de largo uno de los acontecimientos decimonónicos más destacados de la temporada: el concierto de Scorpions en Leganés.
¿Quién no ha apagado alguna vez el equipo de música a un volumen brutal y al volver a encenderlo, sin recordarlo, se ha encontrado con que inesperadamente casi se le saltan los tímpanos? Esa sensación, que, en condiciones normales, puede durar lo que tardamos en dar con el mando a distancia y bajar el cursor del volumen, en el concierto de Scorpions se prolongó más de dos horas y nos dejó a algunos sordos como si hubiésemos dormido junto a una zanja abierta a golpe de percutor.
Tras el estallido inicial, el cantante, Klaus Meine, que por el físico ha de ser familia de Paul Simon, regularmente fue tirando al público decenas y decenas de baquetas. Sin necesidad de exagerar, más de cien. ¿Por qué? No se sabe. Batería todavía tienen, de hecho, cada vez que se quitaba la camiseta, el tono fluorescente de su piel brillaba en toda la plaza de toros. ¿Una promesa? ¿Ganas de que el público se construyese una cabaña a su costa?... A mí, del asunto lo que más me preocupaba es que, en el transcurso del concierto, todos aquellos que habían recibido una baqueta, la devolviesen al escenario y los Scorpions muriesen apaleados como focas del Ártico.
Un momento especialmente curioso del concierto fue cuando en la pantalla desplegada a sus espaldas apareció la bandera de España. ¡¿…?! Y más curioso aún fue cómo el público, abandonando por unos instantes sus guitarras invisibles, reaccionó entusiasta al asunto. No tanto, claro, como dos o tres pijos baba que andaban por ahí. Su presencia posiblemente se debiese a que, tiestos de fino, se habían quedado dormidos en el tendido durante la capea anterior al concierto. Entre lo de la bandera y la imagen que apareció después del Papa Juan Pablo II como acompañamiento a Wind of change, los tres pijos baba vociferaban con más énfasis que si estuviesen en la Plaza de Colón convocados por la Conferencia Episcopal. Aunque para gritos patrióticos, el de Klaus Meine, llamando al fervor local con una frase que debería dar nombre a una peña leganense en las próximas fiestas veraniegas: “¡Oh, yes, Leganés!”
Pasada la medianoche, como le sucedió a Cenicienta, el concierto terminó, se dieron las luces y las guitarras que todos los asistentes habíamos estado tocando, desaparecieron como por encantamiento, dejándonos medio sordos y con cuello dislocado de haberlo balanceado de un lado a otro. Lo único a objetar, que el mechero que llevaba para las baladas, ante la falta de aceptación popular, lo traje a casa sin haberlo encendido. Se ve que hasta el mundo del heavy evoluciona en sus costumbres...


22 de abril de 2008

Me cago en la leche (en polvo.)

El otro día estuve comiendo en un restaurante cercano a la Puerta del Sol. A la mesa de al lado se sentó una pareja joven (entiéndase por joven aquella que sumando la edad de los dos miembros supera cómodamente los sesenta años: jóvenes del siglo XXI) con su hijo recién nacido. Apenas había reparado en ellos antes de que el niño empezase a llorar. Debía tener días, no más de dos semanas, y quizá, por la rigidez con la que se desenvolvían, fuese ésta la primera vez que sus padres salían juntos con él.
En cuanto rompió a llorar, la madre intentó calmarle acunándole en los brazos y devolviéndole un par de veces el chupete a la boca; pero no había manera. Padre y madre, curiosamente avergonzados de las molestias que pudiesen causar los quejidos de su hijo al resto de clientes, miraban no se sabe muy bien hacia dónde, buscando, parecía, una salida de emergencia a la altura del suelo. “Es hambre”, dictaminó, resuelta, aquélla. Al juicio le acompañó una mirada de impaciencia que conminaba al padre a ser lo más rápido posible preparando el biberón. (Este problema, el de tener que preparar el biberón en el preciso momento en que la criatura ha de comer, es un error frecuente en aquellos que siguen los consejos de los manuales de ayuda para padres primerizos y las etiquetas de los envases de leche para lactantes. Ni Cervantes ni Einstein, seguro, tenían un biberón en la boca cada vez que la abrían.)
El padre, visiblemente atolondrado, después de regar los platos de la mesa, consiguió verter de un termo en el biberón la cantidad precisa para la toma. El pulso, bien por la temperatura del agua, que había regado también su mano y la manga de la chaqueta, bien por la presión que los resoplidos de su mujer le estaban generando, le temblaba como si el aire acondicionado del local hubiese bajado de repente veinte grados. Vertida el agua en el biberón se dispuso a proceder de la misma manera con la leche en polvo. El resultado fue el mismo: nerviosismo materno, torpeza paterna y los platos de la mesa con la apariencia de haber sido enharinados como panes de hogaza. Para entonces los lloros del niño se habían agudizado aún más y sus padres, sospechando que todo el local les observábamos con desagrado e impaciencia, parecían incapaces de realizar ningún movimiento con el cuello, concentrados en resolver cuanto antes aquella, para ellos, sofocante y definitiva situación.
El padre consiguió finalmente agitar espasmódicamente el biberón, se lo pasó a su pareja y, en cuanto ésta se lo empezó a administrar a su hijo, los lloros remitieron y toda la tensión se desvaneció con la misma intensidad que a un grupo de rehenes se les anuncia el final del secuestro.
Los que observábamos de reojo la escena lo hacíamos con una cariñosa familiaridad, una actitud en la que si los padres hubiesen reparado, hubiese hecho que aquel suceso al que se habían enfrentados como a una prueba de supervivencia a vida o muerte, hubiese quedado en nada. Entonces se me vino a la cabeza aquello que decía un escritor leonés en relación a lo felices que seríamos si fuésemos capaces de observarnos a tres metros de nosotros mismos…

27 de marzo de 2008

Desdichos (o los dichos trastocados.) (I)

Había una vez una cabeza de ajos que vivía discreta y compacta en un rincón seco y oscuro de una alacena. A ella llegaban diariamente verduras, legumbres, conservas... Pasaban en sus estantes una breve temporadita, no más de un par de semanas, y luego, cuando la cocinera de la casa lo consideraba oportuno, echaba mano de ellos y salían todos los productos, frescos o en conserva, directos a sartenes y cazuelas.
La cabeza de ajos que nos ocupa llegó a la alacena, junto a otras cinco cabezas más, procedente de un tenderete del mercado.
Según fueron pasando los días, cada vez que la cocinera de la casa necesitaba ajos para sus recetas, una a una, las otras cuatro cabezas fueron desgranándose hasta desaparecer, dejando indefensa y desamparada a nuestra cabeza protagonista. Los ajos de ésta, en la oscuridad de la alacena, temían que no llegase a tiempo una nueva remesa de cabezas y fuesen ellos los que, escogidos por la funesta mano de la cocinera, se empezaran a consumir. Y así fue. Un mediodía de lunes, dos de ellos fueron separados para dar jugo a una carne estofada; a la mañana siguiente, otros dos, para enriquecer un arroz con verduras; y al tercer día, un miércoles, cuatro de golpe como aderezo de una ensalada. Quedaron así, tras este consumo incesante y voraz, desangelados y temblorosos, los últimos dos ajos de la cabeza. Éstos, para colmo de infortunios, como el roce hace el cariño, de haber crecido y haber vivido siempre juntos, estaban enamorados el uno del otro y presentían, desesperados, como de un modo inminente llegaría su separación.
La mañana del jueves, desde el fondo de la alacena, escucharon como la señora de la casa le indicaba a la cocinera que para el almuerzo preparase a sus dos hijos, que partían esa misma mañana de caminata por el monte con el grupo escolar, un buen bacalao al ajo arriero y dos grandes hogazas de pan en sus habituales cestas de mimbre. La cocinera le respondió que sólo quedaban en la alacena un par de ajos, que quizá fuese necesario acercarse al mercado a por más. Pero la señora de la casa, que no era mujer de grandes razonamientos, más bien impaciente y quisquillosa, le dijo que no, que se apañase con los dos que quedaban y la próxima vez fuese más previsora.
En el fondo de la alacena los dos ajos enamorados al oír esto lloraron desconsolados; la caminata matinal y la poca previsión de la cocinera iban a poner fin a tanto tiempo de vida en común.
La puerta de la alacena se abrió y la mano de la cocinera, tanteando en el estante donde recordaba tenerlos, los cogió.
Antes de ser troceados y puestos a freír en la sartén, junto al bacalao, el pimiento choricero y demás, uno de los dos, el más optimista, en un arranque de entereza, cuando los dedos de la cocinera les separaban, le dijo al otro que no se preocupara, que no sería esta la última vez que se vieran, que si los hijos de la señora almorzaban a la vez en el descanso de la caminata, ellos dos tendrían una nueva oportunidad de volverse a ver, aunque fuese troceados. Recuérdalo, no sufras, le dijo el ajo optimista al otro, a partir de ahora ajos arrieros somos y en el camino nos encontraremos.

13 de marzo de 2008

La alegría va por barrios.

Un personaje de C. J. Cela decía que no recordaba lugar más triste y desolador que la ermita de su pueblo el día después de la fiesta patronal.
El lunes, dando un paseo por la calle Génova, al tiempo ventoso y desapacible, que diseminaba y animaba a los peatones a buscar refugio en cafeterías y portales, se le unía una indescriptible sensación de desilusión y abatimiento. Será, pensé, que en este barrio celebraron durante el fin de semana las fiestas del distrito, y no hay al día siguiente ánimo para nada que se aleje de una penosa resaca. Una intuición que, al llegar a casa y ver las noticias del fin de semana, comprobé era cierta.
En las imágenes que daban por televisión de la fiesta, aparecían cientos de personas, todas, agolpadas, ondeando banderas al ritmo que marcaba por megafonía un plomizo ballenato, con un entusiasmo que en algunos casos amenazaban con llegar al histerismo. Posiblemente se tratase de una práctica local, una ancestral muestra de felicidad, supuse, consistente en agitar con tal énfasis las banderas que la tela y el mástil terminasen desgarrados. Y en esto, como en todas las tradiciones ancestrales, las mozas más veteranas parecían llevar las de ganar. A sus cincuenta años, se les veía mirar fijamente a cámara, con tal devoción y convencimiento, que los ojos enrojecidos, a la vez que no dejaban de ondear compulsivamente las banderas, se temía fuesen a salírseles de las cuencas. Luego estaba la población más joven, que vestía uniformemente la camiseta de la que debía ser única peña del barrio, en tonos azul pálido. Los muchachos más jóvenes, arrastrados por el entusiasmo general, trataban de compaginar el movimiento insistente de las banderas con el atuse de sus ondulados flequillos; a la par que ellas, con una dedicación parecida, el batir de aquéllas lo acompañaban de profusas sonrisas que ponían en correspondencia la blancura de sus dentaduras con la de las perlas que en sus orejas brillaban.
Desde un balcón de la ermita del barrio apareció un señor, que debía ser el presidente de la asociación de vecinos del distrito, junto a una breve comitiva de unas cinco o seis personas más. Entonces el alboroto fue aún mayor. El ruido del ballenato quedó eclipsado por los cánticos del vecindario. A las palabras de agradecimiento del presidente de la asociación le seguían los vítores de los congregados, en clara oposición a un barrio vecino contra el que también clamaban, y a aquéllos, un nuevo agradecimiento y una nueva y festiva agitación popular.
Semejante celebración, que posiblemente no se dé ni cuando un partido político gane unas elecciones generales, había dejado hoy en la calle Génova una sensación de desaliento y tristeza que hacía buenas las palabras de aquel personaje de Cela.

28 de febrero de 2008

La viñeta (III)


20 de febrero de 2008

De garbeo por ARCO (o cómo el Arte Contemporáneo nos convierte en maletas.)

El pasado lunes se clausuraba la vigésimo séptima edición de ARCO. Más allá del que pueda justificar el contable de la empresa organizadora, perfectamente objetivo y cuantificable, todos los balances que de la misma se hagan, como la mayor parte de los escritos de retórica artística, resultan arbitrarios, huecos y, sobre todo, innecesarios. Aunque, obviando estas evidencias de las que somos conscientes, desde la redacción de De lo malo malo… nos vemos incapaces de negarle a semejante cita unas cuantas líneas.
Mamarrachadas, lo que se dice mamarrachadas, de ésas que llegas a casa y dices: “Joder, he visto en ARCO una cosa que… ¡Buf!” De ese tipo de engendros, lo cierto es que en esta edición no se exponían muchos. Esta claro que, como feria que es, según pasan las ediciones, lo que busca el que asiste a ella con un stand, es vender; y, cuanto más, mejor. Si a uno le da por pagar un buen dinero por un puestecillo en un mercado de barrio, y luego la mercancía que pregona es verdura podrida, díganme dónde está el negocio… Así, aberraciones que atentasen contra la capacidad mental del espectador, lo cierto es que esta edición no había demasiadas. Si acaso, lo más ofensivo que podía encontrarse, era la explicación de algunos galeristas engolando simples expresiones plásticas de contenidos y mensajes que atufaban a propaganda de crecepelos.
El poder terapéutico del arte, incluso en eventos desacralizados como éste, volvió a quedar más que probado. Llegué a la cita levemente descompuesto del estómago, pero al dar los primeros pasos por el pabellón, imbuido por el clima de solemnidad imperante, el rictus de seriedad y circunspección de los visitantes, especialmente en el momento de contemplar las obras, por el gesto de gravedad que sin pretenderlo se impuso también en mi rostro, hizo que, milagrosamente, mi leve descomposición deviniera en un agudo estreñimiento.
Quien buscase grabados de Chillida en la feria, lo tenía tan fácil como aquél que busca discos de Elton John en las tiendas de segunda mano. ¿Cuántas grabados realizó este escultor? Si esculpió tanto como grabó, ¿qué cordillera devastó completamente? ¿Cuántos cientos de tomos compondrán su catalogo razonado?... ¿O es que la organización de la feria regala a cada galería la copia de un grabado del artista sólo por participar? (Eso sí, con la obligación de exponerlo.) ¡Qué suerte la de aquellos visitantes apasionados de la abstracción geométrica más monótona y seca!
Muy positiva, también hay que reseñar la participación de Brasil como país invitado. Queda claro que, si por algún motivo en el futuro viajamos al país de la samba, mejor tratar de dislocarnos la espalda bailando, que perder el tiempo visitando sus galerías de arte.
En definitiva, cuando se celebra ARCO de lo que se trata es de asistir. Así que, desde aquí, ante la pregunta de rigor, hemos de responder: “Sí, estuvimos en ARCO”. Incluso, podemos añadir: “Y, sí, había menos mamarrachadas y tontunas que en la Pasarela Cibeles.”

7 de febrero de 2008

El ramo de novia más longevo de la historia.

Marieta San Martín, de setenta y tres años de edad y vecina del madrileño barrio de Chamberí, conserva fresco como una lechuga, cincuenta años después, el ramillete de azucenas que llevó consigo al altar el día de su boda. Su marido la abandonó unos meses después de que contrajeran matrimonio, pero el ramillete han pasado cinco décadas y se mantiene sorprendentemente intacto, lleno del mismo vigor que atesoró el primer día. Historia inaudita de la fuimos partícipes en De lo malo malo... en fecha reciente, gracias a la entrevista que nos concedió la protagonista de tan singular suceso, que a continuación reproducimos.

Dice Marieta que todo el tiempo libre del que siempre ha dispuesto se lo debe, sobre todo, al hecho de no haber sido madre. Sobre las paredes de la salita donde nos conduce para realizar la entrevista, y también sobre algún que otro mueble de la misma, pueden verse más de media docena de fotografías enmarcadas de niños y adolescentes, sobrinos suyos, me dice. Y también otras de la propia Marieta y de distintos miembros de su familia tomadas a lo largo de las últimas décadas. De entre todas, hay una que por tamaño y emplazamiento se impone: la de su boda. Una fotografía de cuerpo entero en blanco y negro. Ella viste en la misma un discreto traje claro y luce un peinado recogido hacia atrás. Una mano la lleva engarzada al brazo de su marido, un señor rechoncho y bigotudo, vestido con un discreto traje también; y con la otra sostiene un florido ramo de azucenas. El mismo que, dentro de un jarrón de loza, se mantiene vivo y lustroso sobre un pequeño aparador colocado justo a los pies de la fotografía.

El Optimista.- Marieta, ¿cuándo hace, dice usted, que contrajo matrimonio?
Marieta.- Cincuenta años el próximo verano. Mas de media vida...
EO.- ¿Y cuándo fue que usted empezó a darse cuenta de que el ramo que había lucido el día de su boda no se marchitaba?
M.- Sería a las tres o cuatro semanas de la boda. Mi marido y yo nos marchamos después del casorio de viaje por la sierra granadina, donde su familia tenía unas tierras. A la vuelta, tres o cuatro semanas después, como le digo, llegamos a casa y nos encontramos el ramo tal y como le habíamos dejado. Igual de fresco que hoy mismo.
EO.- ¿Recuerda usted quién se lo regaló? ¿Dónde lo compró?
M.- Lo trajo de Burgos uno de mis hermanos. Es que yo tengo mucha familia en Burgos... Se lo compró, me dijo luego, a un vendedor ambulante. Pero igual que compró éste, compró otros de azucenas y otras flores para el resto de la familia, y todos se fueron marchitando. Sólo quedó éste.
EO.- ¿Y cómo se explicó usted entonces que no se marchitara? ¿No le sorprendió?
M.- No sé, como yo era entonces una joven entusiasta y estaba muy enamorada de mi marido, pensé que ésta era una señal de que nuestro amor no iba a marchitarse nunca. Pero luego...
EO.- ¿Luego?...
M.- Luego, el muy cretino, me abandonó por una vecina. A los pocos meses de casarnos. Pero las cosas no le fueron bien, sabe. Él pensaba que el ramo de azucenas se mantenía vivo porque sus flores eran sensibles a las poesías que él les recitaba. Mi marido era poeta; aficionado, claro. A mí me engatusó con sus versos... Y sostenía que ese ramo, fruto de nuestro amor, se mantenía vivo por el mismo amor que emanaba de sus poesías. ¡Qué chiflado estaba! Una mañana, así, de buenas a primeras, me dijo que se iba, que se había enamorado de otra mujer. Una idiotez, porque para irse dos pisos más abajo como hizo, no hubiese hecho falta tanta fanfarria. Trató de suavizar la jugarreta diciéndome que diera tiempo al tiempo, que marchándose él, ya vería, no se acababa el mundo, que supiera tener paciencia para salir adelante. Lo único que vas a perder, me dijo, es el ramo de flores, que sin mis poesías seguro se marchitará. No fue así. El ramo siguió como si tal cosa, igual de bonito y florido.
EO.- ¿Y qué le pareció esto a su marido?
M.- No, él no se enteró. Él y la vecinita habían abierto entonces una floristería en una calle cercana y la publicitaban diciendo que las plantas que en ella se vendían, sólo con recitarles unos versos que él mismo componía, podían mantenerse vivas años y años. Yo, una vez que me lo encontré en el portal, le dije que nuestro ramo de boda, al día siguiente de que él me abandonara, se había marchitado. Así le convencí un poco más de que sus dotes para la “hortipoesía”, como él la llamaba, estaban fuera de toda duda...
EO.- ¿Le iría entonces mal el negocio?
M.- Lo cerraron en un par de meses. Muchos le acusaron de farsante, de desequilibrado. Pero él no se dio por vencido. Montó luego otro: ¡Ése sí que fue la repera! Con el mismo sistema de la “hortipoesía”, empezó a comercializar neveras que no llevaban ningún tipo de conexión a la red. Una locura. Decía que los alimentos podían conservarse frescos durante semanas solamente a base de sonetos y ripios así. Le fue todavía peor que con la floristería. En medio año, la empresa quebró, la vecinita le abandonó y el entró voluntariamente en el loquero. Es lo último que supe de él. Si no le ha dado por recitarse poesía a sí mismo seguro que todavía sigue vivo.
EO.- Marieta, en todos estos años, imagino que muchos científicos se habrán acercado a su casa en busca de una respuesta a este fenómeno...
M.- Sí, alguno. Pero nadie me ha sabido decir nunca nada claro. Que si era una mezcla rara de azucena y de siempreviva, que quizá la loza del jarrón tuviese restos de uranio... Sólo hipótesis. También han venido periodistas como usted, y alguna que otra personalidad. Recuerdo a un político gallego, al que la secretaria que le acompañaba le llamaba don Manuel, que se puso muy pesado con que le regalara una azucena. Y se la di. Pero no crea usted que la quería para lucirla en el ojal, no. Delante de mis narices, se la comió.
EO.- ¿Con qué fin?
M.- Estaba convencido de que este ramo de flores procedía del manantial de la eterna juventud. Y que, gracias a su poder, podría mantenerse siempre vivo y desarrollar la carrera política más larga de la historia. Pero eso fue hace muchos años, no sé si le funcionaría...
EO.- Y usted, Marieta, ¿qué piensa hacer con el ramo? ¿comérselo también por si acaso diera la vida eterna?
M.- No, hijo. Esas tonterías yo no me las creo. Si el ramo se marchita de aquí a nada, pues... ¡qué le vamos a hacer! Bastante ha durado ya ¿no cree? Y si él aguanta más que yo, lo que sí quisiera, es que lo colocasen sobre mi lápida, así no se tiene que molestar nadie en llevarme flores al cementerio. Como, aparte, tampoco hace falta regarlo...

29 de enero de 2008

Mi abuelo decía... (IV)

Mi abuelo decía que el mejor remedio para ser optimista y no terminar arrojándote por el balcón, es vivir en un sótano.

17 de enero de 2008

I Congreso Internacional Cubista

Tras la reciente celebración del I Congreso Internacional Cubista y la consecuente publicación de numerosos estudios especializados, se ha generalizado una nueva y reveladora teoría sobre la aparición de dicho movimiento artístico.
Hasta la fecha, no hay duda de que el Cubismo, posiblemente la manifestación plástica más importante de todo el siglo XX, surgió en la primera década de aquel fecundo siglo, fruto de la frenética actividad llevada a cabo por dos artistas a los que con toda seguridad hemos de considerar como padres del mismo: Pablo Picasso y Georges Braque. El I Congreso Internacional Cubista ratifica esta autoría, así como la datación cronológica de su surgimiento, pero cuestiona con pruebas fehacientes los motivos que propiciaron su aparición.
Si hasta la celebración de dicho congreso se consideraba que el trabajo emprendido por los dos artistas anteriormente citados, por separado y a la vez en férrea comunicación, vino propiciado por el deseo de buscar para la pintura una cuarta dimensión, basándose para ello en la progresiva reducción de las formas a lo esencial (con especial predilección por la utilización del cubo como figura básica), en el empleo de la perspectiva múltiple, etc.; a partir de este congreso hay que considerar dicho surgimiento ajeno a los motivos que hasta la fecha venían dándose. Tradicionalmente se justificaba la aparición del Cubismo como consecuencia directa de la experimentación plástica que se estaba llevando a cabo en Europa en aquellos años iniciales del siglo XX, pero lejos de esos intereses, de la búsqueda de una cuarta dimensión para la Pintura y del deseo de reducir las formas a figuras geométricas básicas, tal y como ha dejado claro el I Congreso Internacional Cubista, Picasso y Braque desarrollaron dicha experiencia artística por causa de unas circunstancias bien distintas.
Se ha aportado numerosa documentación que prueba que los dos pintores, durante el verano de 1907, aficionados como eran al deporte, ocuparon plaza como recogepelotas en el Torneo Internacional de Tenis de Roland Garros de París. Cada uno en un extremo de la red, se pasaron todo aquel verano, agachados, yendo y viniendo recogiendo y entregando pelotas a los competidores. Cuando terminó el torneo, también se tiene constancia de que asistieron a la consulta de un psicoanalista, actividad que por entonces comenzaba a gozar de cierto auge en la capital francesa, buscando poner fin a la obsesiva fijación que se les había quedado después de semejante experiencia, de ver todo a su alrededor como si lo hiciesen a través de la red cuadriculada de la pista. El psicoanalista en cuestión les recomendó, siendo como eran, pintores, que volcaran esta fijación reticular sobre sus lienzos. Éste es, tal y como ha propuesto y confirmado el I Congreso Internacional Cubista, el motivo que lleva a Picasso y a Braque a reducir toda su realidad circundante a cubos. Y es este el motivo también que explica que en el cromatismo de sus obras de estos años predominen los tonos tierras: el mismo que tiene el piso de las pistas de arena de Roland Garros.
Valiosa aportación la de este congreso que abre nuevas y reveladoras interpretaciones al desarrollo de las primeras vanguardias artísticas en Europa.

9 de enero de 2008

Año nuevo, termostato viejo.

El día de los Santos Inocentes la santa providencia nos obsequió con el estallido de una de las tuberías que abastece la caldera de casa. Como broma no está mal, pero como ya había reventado con anterioridad hace dos meses, las bromas que se repiten con demasiada frecuencia pierden gracia. E igual que sucedió la vez anterior, la rotura se produjo un viernes, aumentando el efecto de la broma al privarnos de agua caliente y de calefacción durante todo el fin de semana.
El frío lo combatimos con dos armas ajenas a este contratiempo: la plancha y el horno. Con el primero nos hemos ganado a todos los vecinos. Cuando me ofrecí a planchar la colada de cada uno de ellos, desconocía que en el primero vivía el dueño de una tintorería militar. Como no hice la mili, he asumido el planchado de los cientos de uniformes que el buen hombre me endosó, sin necesidad de manifestarme por el centro de Madrid, como un gesto de exaltación patriótica.
Por otro lado, para templar la cocina, hemos utilizado el horno hasta para calentar la leche. Tanto es así que hemos logrado devolverle a la desnatada toda la grasaza que los procesos químicos se afanan en rebajarle. De hecho, salía del horno con la textura de la cuajada…
Después de un destemplado fin de semana, el lunes, un momento antes de salir de viaje para pasar Nochevieja fuera de Madrid, llegó el técnico de la caldera y solucionó el problema hasta no se sabe qué otro fatídico viernes.
Pero la historia no acabó ahí. Al ir a hacer uso de la ducha del hotel donde pasábamos Nochevieja… ¡Oh, sorpresa! ¡Tampoco el agua caliente de la misma funcionaba! Una expresión como “termostato”, que pensé que en un apartado pueblo castellano no tenía por qué escuchar, continuaba a mi lado como una condena a perpetuidad. No perdimos la calma y, tranquilamente, accedimos a ducharnos en una habitación ajena a la nuestra; esta vez sí, con agua caliente.
La desafortunada coincidencia estoy seguro de que se debe al menosprecio continuo que hago de Björk. La artistaza esquimala, humanista inclasificable, seguro que también es bruja y con sus grandes poderes, se ha decidido a fastidiarme con una de las más infalibles armas laponas: el frío. Por si acaso, creo que voy a dejar de hablar de ella hasta que llegue el verano.
En fin, de lo malo malo, lo único que me alegra de este contratiempo es que también a Jouve, en el hotel castellano, le falló el agua caliente de la ducha. Imaginármele, a las siete y media de la mañana, antes de coger el coche para volver a Madrid, tiritando y maldiciendo a la alcachofa de la ducha, es de sobra un buen motivo para empezar con alegría el dos mil ocho.

24 de diciembre de 2007

La fecha lo pide: tema navideño.

En mis navidades infantiles, el manjar navideño más preciado era la caja de galletas Surtido Cuétara. En cuanto llegaban a casa mis padres cargados con “La gran compra de Navidad”, los cuatro hermanos les abordábamos y revolvíamos en todas las bolsas hasta que dábamos con ella. Luego, el ritual, inamovible y ancestral, era bien sencillo: se trataba de no haber merendado con anterioridad para recibir así el permiso materno que dejaba franco el asalto a la caja. Si la concesión se resistía, el turco era repetir insistentemente las palabras mágicas “¿Podemos abrirla? ¿Podemos abrirla? ¿Podemos abrirla?...”; hasta que mi madre, a la vez que imploraba la venida de Herodes, accedía.
Una vez recibida autorización, nos sentábamos los cuatro hermanos en la mesa camilla de la salita de estar. Uno de nosotros, habitualmente yo, al ser el primogénito, se encargaba de abrir la caja y de sustraer una de las dos bandejas que contenía. Ante nosotros se abría entonces todo el abanico galletero que la imaginación infantil podía desear: galletas cuadradas, rectangulares, con envoltorio, sin él... Era el momento de pensar en la estrategia. De uno en uno, previo sorteo, se iba eligiendo galleta. Y galleta elegida, galleta que se comía. Las más preciadas, “el trío mágico”, eran los bocaditos de nata compactados por dos galletas de distinto color, las galletas de crema de limón y los barquillos de chocolate. Eran las primeras celdas que, tras un par de rondas, dejábamos tiritando. Luego nos decantábamos por aquéllas que tuvieran algo de chocolate, indistintamente de lo que recubrieran.
Se trataba de hacerse con las galletas más sabrosas, pero también de ser conocedor del gusto de tus hermanos para fastidiarles todo lo posible con tu elección.
Cuando la bandeja estaba a punto de convertirse en material de desecho, nuestros estómagos empezaban a dar signos inequívocos de descomposición. Era el momento más duro de la ceremonia, ya que, aparte de estar atiborrados de galletas, a dos desafortunados les correspondía por turno dar salida también a la última variedad, la temida galleta campurriana, esa masa informe y seca que algún desaprensivo se empeñaba en seguir haciendo buena al incluirla en el Surtido.
Por la noche caíamos los cuatro en la cama, víctimas de una tremenda colitis. A nuestra madre tratábamos de justificársela con algún tipo de virus contraído en el colegio. No colaba; y la otra bandeja de galletas iba directamente a la estantería más alta de la cocina.
Sólo un par de días después, insistiendo nuevamente con las palabras mágicas, lográbamos zamparnos de una sola sentada la segunda bandeja, curiosamente, el mismo día que éramos víctimas, por segunda vez durante las navidades, de una nueva indigestión.
Cuando en aquellos años les hablaba a mis amigos de nuestro ritual navideño, ellos siempre me preguntaban: ¿Y por qué no abrís las dos bandejas a la vez? Era una pregunta que caía por su peso, aunque yo prefería fingir que nunca había reparado en la posibilidad, por si acaso me tomaban por iluso; ya que mis hermanos y yo estábamos plenamente convencidos de que mi madre había creado un dispositivo de alarma que se activaba si se rompía el plástico de la segunda bandeja sin haberse terminado antes la primera. Y, a los diez años, no todo el mundo es lo suficientemente maduro para asimilar respuestas tan técnicas... ....................................................................................... .......... ...............................

19 de diciembre de 2007

Mi abuelo decía... (III)

Mi abuelo decía que las leyes son como las telas de araña: detienen a las moscas pequeñas, pero los moscardones se las llevan por delante.
Eso explicaría que anteayer, estando prohibida la acampada libre en todo el territorio nacional, paseando por el campo, viese plantada en medio de El Pardo una jaima bien hermosa.

12 de diciembre de 2007

Discos de segunda mano.

Al menos una vez al mes suelo quedar con Carmona para dar una batida por las tiendas de discos de segunda mano. Hay días que con sólo echar un vistazo en una de ellas, copamos todo el presupuesto previsto. Pero otras, las más, ya que las tiendas de discos son cada vez menos (recientemente también pasó a mejor vida la de la calle Bordadores) y la morralla mayor, para saciar nuestras ansias de nuevos compactos hemos de rematar nuestra búsqueda en grandes almacenes.
Ayer Carmona no podía acompañarme, y yo, incapaz de contener el deseo de entretener la tarde rebuscando en los manoseados cajones, salí a la calle doblemente autocondicionado: por un lado había decidido que sólo compraría música en castellano, y por otro, que esta vez no pisaría FNAC ni en caso de máxima necesidad (y mucho menos El Corte Inglés.) Si volvía a casa con las manos vacías, habría que esperar a una nueva cita...
Buscar música en castellano que merezca la pena es una labor de orfebrería. Ya quedó demostrado el jueves pasado con el estreno del nuevo programa musical de La 2, No disparen al pianista. Más de lo mismo. Si la oferta musical española, más allá de la fabricada en Miami y popularizada en las verbenas de las radiofórmulas, se reduce a grupetes que entonan letanías monocordes en inglés o a combos étnicos de inquietudes sociales, vamos dados.
Encontré dos discos a buen precio que me apetecía escuchar: el concierto acústico de La Frontera, Siempre hay algo que celebrar, y el directo de Christina Rosenvinge, Flores raras. Una de cal y otra de arena. El primero, con su rock de saloon y su country sureño, es prueba de que hay grupos en castellano que componen e interpretan con la misma solvencia que otras bandas en la misma línea musical lo hacen internacionalmente con mayor reconocimiento. El de Christina Rosenvinge, por el contrario, peca un poco de monótono. Todas las canciones tienen un mismo tono de somnolencia siestera, y más que flores raras, parecen todas ellas flores mustias. Carmona no hubiese aprobado su compra.
En cualquier caso, lo mejor de las compras de ayer fue la que dejé sin hacer, ya que, mezclado con los compactos de grupos españoles, encontré uno de un cantante americano de melena ondulante y voz de barítono que, con el título This is the time (The Christmas Album), incluía una decena de temas navideños. Aunque inicialmente su ubicación errónea pensé que se debía a un gesto del destino que ponía a mi alcance un manjar navideño, en un momento de inmediata lucidez me dije: “¡Joder, Michael Bolton! ¡Este tío no tiene absolución ni en Navidad! Seguro que me lo llevo a casa y, como el caballo de Troya, me destroza todo el espíritu festivo... Que sea otro desaprensivo quien cargue con él.”

9 de diciembre de 2007

La viñeta (II)


5 de diciembre de 2007

Mi abuelo decía... (II)

Mi abuelo decía que si beber un vaso de vino al día era beneficioso para el corazón, beberse una botella diaria debía ser todavía más saludable.
Por eso nunca tuvo problemas cardiacos, pero tuvo que trasplantarse dos veces el hígado.

1 de diciembre de 2007

Novela finalista (tala de árboles injustificada.)

La semana pasada me decía una amiga, en relación con la reciente entrega de un premio literario a un popular personaje televisivo, que lo más simple es pensar que el libro, viniendo de quien viene, es una auténtica mierda de tercera; que muchos se permitirán el lujo de descalificarlo gratuita e injustamente sin ni tan siquiera haberlo leído. Algo, que he de confesar, estuve a punto de hacer, pero, por evitar polémicas con ella y por la estima cultural que le profeso, evité. Y no sólo eso, para dar una opinión más sentada de la novela, me la compré. Hace un rato he terminado de leerla y he sacado dos conclusiones: una, si Cervantes se hubiese iniciado en la escritura como guionista de rancias telenovelas venezolanas, y si posteriormente hubiese ganado en popularidad vociferando simplezas y memeces en un programa televisivo nocturno de peor gusto, de El Quijote, por falta de capacidad literaria y mental, no hubiese sido capaz ni de escribir una frase. Y dos, si un día vas por la calle y ves en la acera un bulto arcilloso, de textura cremosa y maloliente, por mucho que una amiga trate de convencerte de lo contrario, no lo dudes, no te acerques a él, es una mierda.
En cualquier caso, si el año que viene queda finalista del premio literario un Teletubbie, esperemos que la novela que presente tenga algo más de interés narrativo, que, por agravio comparativo, al habérmela comprado este año, el que viene también he de hacerlo.